José Maria Segura, jefe de PwC Argentina y economista, se expresó ante los resultados del primer trimestre.
Hace rato que la economía argentina se enfrenta a una situación de escasez de divisas, y pareciera que el único objetivo es transcurrir el año sin que se desate una crisis cambiaria. Sin embargo, los efectos de la sequía, subestimados al inicio de año, dejaron al descubierto la enorme fragilidad de la economía nacional.
Durante el primer trimestre las reservas no solo no crecieron, sino que cayeron fuertemente. Esto produjo un incumplimiento del objetivo establecido en el acuerdo con el FMI y limita aún más la capacidad de importar; lo que más temprano que tarde redundará en una mayor afectación en nivel de actividad. Tampoco la meta fiscal -hecho del que damos cuenta en el Tracking de este mes- fue alcanzada en el primer trimestre del año.
Los ingresos fueron afectados por la baja recaudación de derechos de exportación, debido en parte a la liquidación anticipada en diciembre -dólar soja mediante- y la sequía -que redundó en menor producción
exportable-, al impacto directo de las restricciones a la importación sobre los derechos de importación y a la incipiente desaceleración de la actividad.
Sin embargo, el gran problema es que, ante la falta de dólares, el tipo de cambio oficial pierde eficacia como
ancla. El programa con el Fondo, que apuntaba en igual sentido, también ha sido “arrastrado” por la realidad.
Y está claro que los acuerdos de precios y salarios, si no se hacen en el contexto de un programa económico
más amplio, son a lo sumo inflación reprimida de corta duración.
Así, mientras no se aborden los problemas estructurales con un plan económico consistente que ancle las
expectativas, no podremos esperar mucho más que mayor volatilidad y nominalidad.
En el medio, la aceleración inflacionaria actuó como detonante de un adelantamiento en la dolarización de carteras, hecho que es usual en años con procesos eleccionarios para presidente. En efecto, el registro en marzo,
que suele ser estacionalmente alto, superó las expectativas más pesimistas y encendió luces de alerta sobre la posibilidad de que no desacelere en los meses venideros.
Ante este panorama, a mediados de abril se produjo una abrupta suba de los tipos de cambio no oficiales. Si bien en términos reales podría afirmarse que se trató de una corrección, los movimientos bruscos en el valor nominal de la divisa generan una gran incertidumbre en el sistema de precios y con ello cierta parálisis en la actividad económica.
Cuando la cotización de la divisa casi rozó los 500 pesos, se produjo la intervención del Banco Central en el mercado secundario de bonos y se elevó la tasa de interés 1.000 puntos básicos más (inicialmente la había
subido 300 puntos básicos, aún muy lejos de la inflación del mes), con el objetivo de contener la demanda de divisas y disuadir la dolarización de las carteras.
Mientras que a final del mes pareciera haberse logrado una momentánea calma en la turbulencia cambiaria, la
dinámica de la variable en abril no será inocua para los meses venideros. El impacto sobre las expectativas de una nominalidad más alta, de la dinámica endógena de los pasivos remunerados del BCRA frente a una tasa de rendimiento mayor y el aumento de precios regulados autorizados para el cuarto mes del año, seguramente se
harán sentir en el índice de inflación de abril.
Frente a este contexto, el Gobierno intenta renegociar con el FMI no solo las metas sino también algún adelanto
de fondos que permita hacer frente a la falta de dólares. Por otro lado, intentaría hacer lo propio con empresas y gremios para contener la inflación mediante un acuerdo de precios y salarios.